LA CIUDAD QUE VINO DEL
FRÍO
Despierto helada. La habitación está casi en penumbras. A través de los
cristales se introduce una pequeña ráfaga de luz. Me levanto descalza y mis
manos se acercan a la ventana de donde emana esa luz circular. Los dedos
escarban ansiosos en la escarcha que el frío ha dejado en los cristales
sin apenas conseguirlo. Tal vez la
temperatura sea menos de 15 grados bajo cero. Tirito y corro al calor de la
lumbre que ya ha encendido algún habitante de mi hogar. Los dedos de mis manos
y pies sangran y duelen terriblemente. El Regajo es un bellísimo paraje, donde cientos de
árboles y fuentes de aguas cristalinas me acogen. La vegetación apenas deja penetrar
los rayos del sol. Sentada observo la belleza y escucho el susurrante sonido
del agua y las hojas de los chopos que
parecen cantar. Cerca de mi hay ancianos y ancianas silenciosas, en los que los
surcos de los años han marcado tanto a su cuerpo que apenas pueden moverse. Saco
un pequeñito espejo dorado en el que hay talladas formas misteriosas. Me
observo y veo un rostro adolescente que me mira desde unos ojos ancestrales. Me
hago una promesa a mi misma ¿o es al tiempo-espacio? ¡Nunca seré vieja! La
ciudad de piedra rosada, los puentes romanos, las catedrales, las campanas, los
santos, los curas, los militares, los poetas y los músicos, atan con crudeza a mi espíritu. Soy un péndulo que no para.
Camino las cuestas, los lugares, los misterios de las calles, las casas antiquísimas,
la historia de los Humanitas que dejaron en la ciudad cultura, arte… La ciudad
y su puente romano me dan el primer beso en los labios......
www.juliadelarua.com
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