NIETOS DE ODISEO
Rodrigo Soto - Costa Rica
Una de las analogías más fecundas y extendidas en toda la
humanidad, es la que equipara la vida con un viaje. Recordemos, para no ir más
lejos, los célebres versos de Jorge Manrique: Nuestras vidas son los ríos / que
van a dar en la mar / que es el morir… Aunque el destino sea cierto y el
mismo siempre, es el tránsito, el recorrido, lo que nos compete: ahí se juegan
las vidas y los destinos humanos. En otras palabras, aunque todos los caminos
conduzcan a Roma (y aquí se hace inevitable traer a colación el palíndromo
Amor-Roma), cada ruta es única y, dependiendo de la que elijamos, serán los
paisajes y los pueblos que conozcamos.
En el campo del análisis literario, desde distintas
perspectivas y valiéndose de instrumental muy diferente, Vladimir Propp y
Joseph Campbell profundizaron en las implicaciones de esta analogía del
viaje-vida.
Odiseo viaja de regreso a su hogar, a su pueblo, a su trono,
a su mujer trasnochada en el incesante tejer y destejer como las mareas que van
y vienen, en tanto su hijo Telémaco emprende el viaje con la esperanza de
hallar a su padre. Siglos más tarde, los gnósticos imaginarán nuestra vida
terrenal como el regreso desde un exilio perverso hacia la Unidad o el Origen;
don Quijote sale a cabalgar por La Mancha en busca de aventuras que le ganen
renombre… Más contemporáneamente, también se aventuran a los caminos autores
como James Joyce, J. D. Salinger o Jack Kerouac, entre muchos más. Finalmente,
a partir del siglo XX, con el desarrollo de la cinematografía, se acuña y
consolida el término road-movie, para describir aquellas películas cuyo
escenario es el tránsito, lo transitorio de la carretera y sus sucesos e
imprevistos.
En la época post heroica de la modernidad, la postmodernidad
y demás hierbas aromáticas, los viajes suelen adquirir otras características,
otros propósitos. Aventuro que la industria del turismo masivo, los teléfonos
celulares y las comunicaciones instantáneas, han terminado por erosionar el
significado de viajar y el potencial simbólico del viaje como metáfora o
analogía de la vida. No obstante, desgastadas y sinuosas, todavía asoman la
corona de laureles, en una cara de la moneda, y la cifra mágica en la otra. En
efecto, la vida es un viaje desde el cálido útero materno hasta el útero frío
de la Madre-Tierra.
Si los héroes han muerto (salvo para la industria de los
video juegos y para las películas de Marvel), ¿cuál es hoy el propósito de
nuestros viajes iniciáticos? No puede ser otro que el de siempre, a saber, el
descubrimiento o desvelamiento de nosotros mismos. Pero el sujeto moderno,
desprovisto de toda solidez, de todo atributo heroico, es una fantasmagoría que
se desvanece tan pronto creemos haberlo aprendido (no digamos ya
comprendido).
Valgan los comentarios anteriores para introducir la novela
“El Forastero”, de Óscar Herrera. Su personaje, un joven costarricense llamado
Marco Gutiérrez, inicia un largo periplo viajando hacia la costa caribeña de su
país. Impulsado por su deseo de descubrir el mundo y descubrirse a sí mismo,
emprenderá en seguida un largo viaje que lo llevará a grandes urbes y a remotos
parajes en el Sudeste asiático -Singapur, la isla de Borneo y Tailandia,
concretamente-, para recalar finalmente en Europa. Innumerables serán sus
hallazgos y descubrimientos, aunque al final puedan resumirse en unas pocas
palabras, que son el contenido de toda existencia humana: el amor, el erotismo
y la muerte… ¿Cuán relevante es que en el caso de nuestro protagonista se trate
de homo erotismo? Para algunos lectores, probablemente lo será, y mucho; para
otros, entre los cuales me cuento, esto es secundario. Aunque en ocasiones la
narración amenace encauzarse por la predecible senda del sexo, drogas y
rock´n roll, una y otra vez el deseo del protagonista por conocerse, por
descubrirse -sea lo que esto signifique-, termina imponiéndose y llevando la
narración por nuevos derroteros.
En su trayecto, Marco tratará con numerosos personajes que le
revelarán también la amplitud y diversidad de los bichos humanos, deberá poner
en entredicho mil cosas que tenía por ciertas para enfrentarse a la precariedad
y relatividad de sus creencias y conocimientos.
Esta perspectiva transitoria o pasajera del protagonista se
pone de manifiesto desde el título de novela: el forastero, el que siempre está
de paso sin echar raíces nunca. El desarraigo tiene un costo, pero al mismo
tiempo ofrece una perspectiva -¿una ilusión?- de libertad absoluta, que el
joven veinteañero de los primeros capítulos parece dispuesto a explorar hasta
sus últimas consecuencias, pero que el hombre ya maduro de los capítulos
finales, evoca con nostalgia y cierto resignado dolor. Si, como dice Césare
Pavese, Laborare stanca, crecer duele, no hay duda de ello.
Estamos, entonces, ante ese género de novela que los alemanes
han llamado bildungsroman, mejor conocida en castellano como “novela de
formación” o “novela de aprendizaje”. Tanto es así que, en el transcurso de su
viaje, Marco descubrirá también su verdadera vocación, la que le permitirá
encontrar su lugar en la sociedad y ganarse la vida.
Valiéndose de diversos recursos narrativos -en los que
alternan, fundamentalmente, las anotaciones personales del protagonista y una
narración omnisciente-, el autor se aventura en ocasiones más allá de estas
lindes para presentarnos la historia de algunos personajes secundarios y de los
lugares por donde transita, sin desdeñar incursiones en lo alucinatorio y lo
fantástico.
Desde mi punto de vista, el mayor acierto y la originalidad
de la novela que sigue a continuación y que invito a leer, radica en combinar
la universal analogía del viaje y el género de la novela de formación, con lo
que ambas dimensiones -viaje y aprendizaje- se potencian y enriquecen
recíprocamente.
¡Buen viaje!
RODRIGO
SOTO
Rodrigo Soto (San José, 1962). Escritor, guionista y productor audiovisual. Estudió filosofía en la Universidad de Costa Rica, y escritura de guiones cinematográficos en Cuba y Madrid. Ha publicado una veintena de libros en distintos géneros: novela, poesía, cuento, teatro, poesía infantil, ensayo y artículos periodísticos, entre ellos las novelas Mundicia, figuras en el espejo, El nudo y En la oscurana. Finalista del premio Casa de las Américas (Cuba) en la rama de cuento por su libro Dicen que los monos éramos felices y Premio Nacional de Cuento de su país en dos ocasiones por sus libros Mitomanías y Floraciones y desfloraciones.
Sobre su trabajo, Soto ha declarado: “Escribo porque no sé hacer otra cosa para conjurar el miedo.
Pero esta es una evasión sutil: mitad huida y mitad enfrentamiento, fuga y careo.
"La escritura es una tauromaquia": el toro es el miedo, el escritor el torero”.
Y también:
“Escribo historias porque la
realidad estaría incompleta sin la fantasía”.
www.aranyaeditorial.com