martes, 12 de julio de 2022

TEATRO MONTALVO- PRESENTACIÓN : EL PERFIL DE LOS PERROS- Autora Julia De la Rúa


La mujer tiene demasiados nombres impuestos

 

La verdad de la mujer

 

Rocío Garcés Ferrer

 

 

«Mujer es un nombre de esta no-verdad de la verdad».

J. Derrida, Espolones

 

Podemos decir que El perfil de los perros es, a primera vista y sólo a primera vista, un camino angosto, estrecho y oscuro, difícil de recorrer; es el camino que el poeta Remigio González «Adares», poco antes de morir, le propuso atravesar a Julia para alcanzar la «otra voz»: su voz. La voz de una Julia liberada de todo convencionalismo, «ya sin metáfora»; o como le gusta decir a ella, una voz convertida en «una palabra sin nombre», imprevisible, directa y primitiva. Por eso este libro es también –y sobre todo– el relato poético de una transformación; o, más bien, el relato poético de varias transformaciones. Y es de estas transformaciones de las que me gustaría hablar hoy.

En primer lugar, porque aquello que aquí se trata de transformar, y en cierto modo de deconstruir, es, en una sola palabra, la palabra «mujer». Y el hecho de que yo esté aquí sentada hoy tiene algo que ver con mi condición sexual femenina. Vistas las cosas desde esta perspectiva, he de confesar que lo primero que me vino a la cabeza cuando me puse a leer El perfil de los perros fue la siguiente pregunta: ¿Qué hubiese sucedido si Nietzsche, si Zaratustra, hubiera sido una mujer? ¿Acaso no arremetería «a martillazos» contra la palabra «mujer» y contra todas sus máscaras?

Quizá la palabra «mujer» sólo sea eso: un semblante, un efecto espectral, discursivo, un producto más de la vieja máquina falo-logo-céntrica –esa máquina de la producción del sentido que gira en torno al «falo» como significante privilegiado–, disimulando así, detrás del nombre-máscara «mujer», una ausencia fundamental. Hagamos una prueba. Abramos el diccionario y busquemos a una mujer en la palabra «mujer». El diccionario de la RAE recoge las siguientes acepciones:

 

1.              Persona del sexo femenino. El baño de mujeres de la estación.

2.             Mujer que ha llegado a la edad adulta. Se ha hecho una mujer.

3.             Mujer que tiene las cualidades físicas y morales especialmente valoradas en una persona adulta de su sexo. Me pareció toda una mujer. Tan mujer como la que más.

4.             Mujer casada, con relación al marido.

5.             Afect. coloq. Se usa para dirigirse a una persona de sexo femenino, generalmente con un matiz conciliador. ¡Mujer, qué susto me has dado! ¡Mujer, no te enfades!

6.             Mujer de letras, la que cultiva la literatura y las ciencias humanas.

7.             Mujer de su casa, la que con diligencia se ocupa de los quehaceres domésticos y cuida de su hacienda y familia.

8.            Mujer fatal, aquella cuyo poder de atracción amorosa acarrea un fin desgraciado a sí misma o a quienes atrae. Se usa referido principalmente a personajes de ficción, sobre todo de cine, y a las actrices que los representan.

9.             Mujer mundana, prostituta.

10.         Mujer objeto,  la que es valorada exclusivamente por su belleza o atractivo  sexual.

11.          Mujer perdida o mujer pública, prostituta.

12.         Buena mujer, se usa para llamar o dirigirse a una desconocida.

13.         De mujer a mujer, con sinceridad; de igual a igual.

14.         Ser mujer una niña o adolescente. Haber tenido la menstruación por primera vez.

15.         Tomar mujer un hombre, contraer matrimonio con ella.

 

¿Qué es entonces una mujer? ¿La mujer adulta, la mujer casada, la mujer de letras, la mujer de su casa, la mujer fatal, la mujer mundana (prostituta), la mujer objeto, la mujer perdida o mujer pública («prostituta» dicho de otra manera), la buena mujer, a la que le viene la primera menstruación (nada se dice en el diccionario de la que ya la perdió para siempre) o la que es tomada por un hombre?

El famoso psicoanalista francés Jacques Lacan nos ofreció una respuesta: «La mujer no existe». No es posible dar con el universal «La mujer» que las agrupe a todas en una misma clase; su significado no puede hallarse, por tanto, entre las páginas de los diccionarios porque ellas sólo acceden a su feminidad de manera singular: «Una a una». Pues, a diferencia del hombre, su goce no se reduce a la función fálica; y al situarse así dentro y fuera a la vez de la vieja máquina falo-logo-céntrica, es decir, al ser singular y sin-lugar –en esto consiste su ser «no-todo» para Lacan–, la indeterminación de su goce nos encaminaría hacia la pura ex-sistencia[1]. Traigo esta idea aquí a colación porque en los poemas de Julia he encontrado una rebeldía provocadora, una destrucción «a martillazos» de los nombres de mujer cuando, por ejemplo, escribe su propia lista:

 

La mujer amiga

enemiga por excelencia

La mujer competitiva

perversa por excelencia

La mujer política

macho sin sentido

La mujer fea

arma letal para la belleza

La mujer-mujer

veneno sin fortaleza

La mujer ban-de-ra

a la hoguera

La mujer banal y puta...

Y la mujer niña...

 

También he encontrado en sus versos un deseo liberador que se anuncia y se enuncia siempre en un más allá de la palabra «mujer», en un lugar donde primitivamente poder ex-sistir:

 

La hembra, sólo uno: su ex-sistencia

 

El primer movimiento, el provocativo-destructivo, puede ser leído entonces como el deseo de acabar, de una vez por todas, con la idea de la «mujer-verdad» y con «la verdad de la mujer». Ya que, en este caso, tal y como señala Derrida en un texto dedicado a Nietzsche: «Es el “hombre” el que cree en la verdad de la mujer, en la mujer-verdad. Y en verdad las mujeres feministas contra las que Nietzsche multiplica los sarcasmos, son los hombres»[2]. El feminismo es aquí entendido como aquella operación por la que una mujer quiere asemejarse al hombre, asumiendo la ilusión viril que conlleva el efecto de castración, del cual la mujer se encontraba ya liberada al habitar la no-verdad, el sin-lugar o el no-todo; al ser, por tanto, el semblante de la ausencia de esa verdad (que no es otra que la verdad falocéntrica). Julia se refiere a esta guerra de la mujer contra la mujer, bajo el título «Armas de mujer y guerras sin nombre», cuando dice:

 

Mi peor guerra: la guerra con la mujer

La guerra de mujeres o con mujeres

Qué cruel destino

ser-mujer participar-en-guerras-de-mujer

y no salir indemne hacia el camino

del hombre

Ése es el mal de la mujer y del hombre

Nuestra guerra de mujeres

 

El proceso de liberación, metamorfosis y transvaloración al que Julia nos invita en El perfil de los perros –éste sería el segundo movimiento– pasa entonces por deconstruir el «efecto de la castración» no sólo en la «mujer», sino también en el «hombre». Con esta finalidad nos describe de forma transversal, a lo largo de todo el libro, el relato de tres transformaciones operadas sobre el nombre «mujer».

La primera de ellas,  la «mujer-perra», equivaldría al «camello» de Así habló Zaratustra. Si para Nietzsche el camello corresponde al espíritu de carga y de veneración, a la renuncia y a la obediencia del «Tú debes», para Julia la figura de la «perra» encarna la sumisión de la mujer a su amo, una relación de esclavitud –hoy diríamos de «violencia de género»– que subvierte al transformarse en «hembra-loba». En este caso, la loba salvaje y libre se asemejaría al «león» de Zaratustra, (el «Yo quiero»); y del mismo modo que el león «quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor de su propio desierto» para dar lugar a «la libertad de un nuevo crear»[3], la


[1] «Creo en el goce de la mujer, en cuanto está de más... ese goce que se siente y del que nada se sabe, ¿no es acaso lo que nos encamina hacia la ex-sistencia?», J. Lacan, Aún. El seminario: libro 20, Paidós, Buenos Aires, 1981, p. 93.

[2] J. Derrida, Espolones. Los estilos de Nietzsche, trad. de M. Arranz, Pre-textos, Valencia, 1997, p. 42.

[3] F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, trad. de A. Sánchez Pascual, Alianza, Madrid, 2003, p. 54.

 

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