La mujer tiene demasiados nombres impuestos
La verdad
de la mujer
Rocío
Garcés Ferrer
«Mujer es
un nombre de esta no-verdad de la verdad».
J. Derrida, Espolones
Podemos decir que El perfil de los perros es, a
primera vista y sólo a primera vista, un camino angosto, estrecho y oscuro,
difícil de recorrer; es el camino que el poeta Remigio González «Adares», poco
antes de morir, le propuso atravesar a Julia para alcanzar la «otra voz»: su
voz. La voz de una Julia liberada de todo convencionalismo, «ya sin metáfora»;
o como le gusta decir a ella, una voz convertida en «una palabra sin nombre»,
imprevisible, directa y primitiva. Por eso este libro es también –y sobre todo–
el relato poético de una transformación; o, más bien, el relato poético de varias
transformaciones. Y es de estas transformaciones de las que me gustaría hablar
hoy.
En primer lugar, porque aquello que aquí se trata de
transformar, y en cierto modo de deconstruir, es, en una sola palabra,
la palabra «mujer». Y el hecho de que yo esté aquí sentada hoy tiene
algo que ver con mi condición sexual femenina. Vistas las cosas desde esta
perspectiva, he de confesar que lo primero que me vino a la cabeza cuando me
puse a leer El perfil de los perros fue la siguiente pregunta: ¿Qué
hubiese sucedido si Nietzsche, si Zaratustra, hubiera sido una mujer? ¿Acaso no
arremetería «a martillazos» contra la palabra «mujer» y contra todas sus
máscaras?
Quizá la palabra «mujer» sólo sea eso: un semblante, un
efecto espectral, discursivo, un producto más de la vieja máquina falo-logo-céntrica
–esa máquina de la producción del sentido que gira en torno al «falo» como
significante privilegiado–, disimulando así, detrás del nombre-máscara «mujer»,
una ausencia fundamental. Hagamos una prueba. Abramos el diccionario y
busquemos a una mujer en la palabra «mujer». El diccionario de la
RAE recoge las siguientes acepciones:
1.
Persona del sexo femenino. El
baño de mujeres de la estación.
2.
Mujer que ha
llegado a la edad adulta. Se ha hecho una mujer.
3.
Mujer que tiene
las cualidades físicas y morales especialmente valoradas en una persona adulta
de su sexo. Me pareció toda una mujer. Tan mujer como la que más.
4.
Mujer casada, con
relación al marido.
5.
Afect. coloq. Se usa para
dirigirse a una persona de sexo femenino, generalmente con un matiz
conciliador. ¡Mujer, qué susto me has dado! ¡Mujer, no te enfades!
6.
Mujer de letras, la
que cultiva la literatura y las ciencias humanas.
7.
Mujer de su casa, la
que con diligencia se ocupa de los quehaceres domésticos y cuida de su hacienda
y familia.
8.
Mujer fatal, aquella
cuyo poder de atracción amorosa acarrea un fin desgraciado a sí misma o a
quienes atrae. Se usa referido principalmente a personajes de ficción, sobre
todo de cine, y a las actrices que los representan.
9.
Mujer mundana, prostituta.
10.
Mujer objeto, la que es valorada exclusivamente por su belleza o atractivo sexual.
11.
Mujer perdida o mujer pública, prostituta.
12.
Buena mujer, se usa para llamar o
dirigirse a una desconocida.
13.
De mujer a mujer,
con sinceridad; de igual a igual.
14.
Ser mujer una niña o
adolescente. Haber tenido la menstruación por primera vez.
15.
Tomar mujer un hombre,
contraer matrimonio con ella.
¿Qué es entonces una mujer? ¿La mujer adulta, la
mujer casada, la mujer de letras, la mujer de su casa, la mujer fatal, la mujer
mundana (prostituta), la mujer objeto, la mujer perdida o mujer pública
(«prostituta» dicho de otra manera), la buena mujer, a la que le viene la
primera menstruación (nada se dice en el diccionario de la que ya la perdió
para siempre) o la que es tomada por un hombre?
El famoso psicoanalista francés Jacques Lacan nos ofreció
una respuesta: «La mujer no existe». No es posible dar con el universal
«La mujer» que las agrupe a todas en una misma clase; su significado no puede
hallarse, por tanto, entre las páginas de los diccionarios porque ellas sólo
acceden a su feminidad de manera singular: «Una a una». Pues, a
diferencia del hombre, su goce no se reduce a la función fálica; y al situarse
así dentro y fuera a la vez de la vieja máquina falo-logo-céntrica, es decir,
al ser singular y sin-lugar –en esto consiste su ser «no-todo»
para Lacan–, la indeterminación de su goce nos encaminaría hacia la pura ex-sistencia[1].
Traigo esta idea aquí a colación porque en los poemas de Julia he encontrado
una rebeldía provocadora, una destrucción «a martillazos» de los nombres de
mujer cuando, por ejemplo, escribe su propia lista:
La mujer amiga
enemiga por excelencia
La mujer competitiva
perversa por excelencia
La mujer política
macho sin sentido
La mujer fea
arma letal para la belleza
La mujer-mujer
veneno sin fortaleza
La mujer ban-de-ra
a la hoguera
La mujer banal y puta...
Y la mujer niña...
También he encontrado en sus versos un deseo liberador que
se anuncia y se enuncia siempre en un más allá de la palabra «mujer», en
un lugar donde primitivamente poder ex-sistir:
La hembra, sólo uno: su ex-sistencia
El primer movimiento, el provocativo-destructivo, puede ser
leído entonces como el deseo de acabar, de una vez por todas, con la idea de la
«mujer-verdad» y con «la verdad de la mujer». Ya que, en este caso, tal y como
señala Derrida en un texto dedicado a Nietzsche: «Es el “hombre” el que cree en
la verdad de la mujer, en la mujer-verdad. Y en verdad las mujeres feministas
contra las que Nietzsche multiplica los sarcasmos, son los hombres»[2].
El feminismo es aquí entendido como aquella operación por la que una mujer
quiere asemejarse al hombre, asumiendo la ilusión viril que conlleva el efecto
de castración, del cual la mujer se encontraba ya liberada al habitar la no-verdad,
el sin-lugar o el no-todo; al ser, por tanto, el semblante de la
ausencia de esa verdad (que no es otra que la verdad falocéntrica).
Julia se refiere a esta guerra de la mujer contra la mujer, bajo el título
«Armas de mujer y guerras sin nombre», cuando dice:
Mi peor guerra: la guerra con la mujer
La guerra de mujeres o con mujeres
Qué cruel destino
ser-mujer participar-en-guerras-de-mujer
y no salir indemne hacia el camino
del hombre
Ése es el mal de la mujer y del hombre
Nuestra guerra de mujeres
El proceso de liberación, metamorfosis y transvaloración al
que Julia nos invita en El perfil de los perros –éste sería el segundo
movimiento– pasa entonces por deconstruir el «efecto de la castración»
no sólo en la «mujer», sino también en el «hombre». Con esta finalidad nos
describe de forma transversal, a lo largo de todo el libro, el relato de tres
transformaciones operadas sobre el nombre «mujer».
[1]
«Creo en el goce de la mujer, en cuanto está de más... ese goce que se siente y
del que nada se sabe, ¿no es acaso lo que nos encamina hacia la ex-sistencia?»,
J. Lacan, Aún. El seminario:
libro 20, Paidós, Buenos Aires, 1981, p. 93.
[2]
J. Derrida, Espolones. Los
estilos de Nietzsche, trad. de M. Arranz, Pre-textos, Valencia, 1997, p.
42.
[3]
F. Nietzsche, Así habló
Zaratustra, trad. de A. Sánchez Pascual, Alianza, Madrid, 2003, p. 54.
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